—Gweny, eres la niña más bonita del mundo entero, —dice una joven mujer mientras te mira con sus hermosos y penetrantes ojos verdes— no hay carita en todo Borca que te pueda hacer sombra. 

—Y la más lista. —Un hombre de una edad similar entra en la estancia mientras gira entre sus manos unas tuercas entorno a un objeto metálico. —Que no se enteren los vecinos, pero ese cerebro tuyo nos va a llevar muy lejos. 

Tú ríes. Aún eres demasiado pequeña para entender el alcance de sus palabras, pero te llenan con su amor. Tus manos regordetas sostienen las mejillas de tu madre. Una sonrisa invade su rostro y comienza a reír al compás de tu melodía. Tu padre lanza el trasto a un lado y os alza del suelo al agarraros en su cálido abrazo. 

Un fuerte ruido paraliza vuestras risas. 

—Cariño, ten cuidado —dice mamá, fundiendo su mirada con la de papá. 

Él os besa en la frente, agarra una barra de metal que está apostada en el marco de la puerta y se asoma lentamente para ver quién se encuentra en la estancia contigua. Observas cómo su cuerpo se tensa. Al girar el rostro hacia vosotras, puedes ver que intercambia una mirada de puro horror con mamá. Vuelve sobre sus pasos, os abraza de nuevo. Besa con pasión a mamá en un acto que parece parar el tiempo. 

—Os quiero. 

Se aposta junto a la puerta de nuevo. Mamá te coge en sus brazos y une vuestros cuerpos con un fuerte y largo pañuelo de tela. Comparte una mirada con el hombre que ama y salís por la ventana al exterior. 

Las luciérnagas bañan la noche. Sabes que el asfalto está frío cuando la piel y el vello de mamá se erizan al hacer contacto con sus pies descalzos. El viento sopla fuerte y tenéis que entrecerrar los ojos para que el polvo rojizo no os ciegue. 

Al llegar al borde del camino, mamá desata el sostén que os une, lo coloca sobre la hierba tras los arbustos y te pide que te tumbes. 

El sonido del fuego desgarra el silencio de la noche. Una fuerte luz sale de tu hogar. 

—Mi vida, —las lágrimas bañan sus mejillas— vamos a jugar al escondite. Creo que a papá le han pillado así que tú, que eres tan buena y tan lista, te vas a quedar aquí muy calladita y muy quieta. Yo voy a buscarle. 

Yo tamién quero i, mami —no sabes por qué, pero te tiembla la voz. 

—Mi niña preciosa, si tú te quedas ganamos todos, ganamos los tres. —El verde de los ojos de mamá casi no se distingue entre el mar de lágrimas—. Somos un equipo, ¿verdad? 

Ahá, equipo.

Acompañando al movimiento de los brazos de tu madre que te inclina sobre la tela, te tumbas. Ella se limpia la cara. Su expresión es desconocida para ti. 

—Así, muy bien, mi pequeña. —Un beso se posa en tu frente—. Buenas noches. 

Oyes sus pasos en la negrura de la noche. No te atreves a asomarte entre los arbustos. Eres una niña obediente y sabes que algo malo está pasando. 

De nuevo, un fuerte ruido. Metales que chocan. Voces. Fuego. Gritos. Más fuego. Varias pisadas se alejan fundiéndose con el polvo y el agua estancada del camino. 

Una explosión casi te hace gritar. La sorpresa hace que tu miedo se evapore y te levantas. Con tus piernecitas temblando y sin papá y mamá cogiendo tus manitas, te cuesta mantenerte en pie. Te apoyas en un abedul cercano y tu ropa se impregna de líquen amarillo. 

Respiras. Cierras los ojos. Respiras. 

Abres los ojos. El fuego sigue ahí. Devorando tu casa. 

—Mami, papi… —Susurras mientras caminas hacia las llamas. 

Al llegar, sus cabezas aplastadas contra el ladrillo apagan una luz en ti.

*** 

Meses más tarde, cuando seas capaz de emitir sonido, le contarás a las extrañas personas que te han acogido y te han cambiado el nombre, que alguien te quitó a tu mamá y a tu papá. 

Años después, cuando vuelvas a adentrarte en tu memoria, recordarás que esa fue la última vez que reíste. Esa fue la última vez que recibiste amor.

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Autor Palomew
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